lunes, 12 de marzo de 2018

Lejos de casa


El celular de Mauricio vibró a mitad de la cena. Un número que no reconocía aparecía en la pantalla con insistencia y después de dos llamadas perdidas decidió contestar.

Marta, su esposa, había decorado la mesa para la ocasión, ambos celebraban su vigésimo segundo aniversario de bodas.

Mauricio contestó con inseguridad. Le llamaban el Hospital Regional de España y, a medida que escuchaba, sus ojos se abrían desmesuradamente y de su boca no salía una sola palabra.

Aún sin saber de que se trataba, Martha se llevó una mano al pecho mientras su respiración se acortaba y sólo logró exclamar:
-Mi hijo!...

Se habían casado en el año de 1999. Mauricio se graduó de la universidad un par de años atrás, mientras que Martha aún seguía estudiando pues era tres años menor.

No fue sencillo comunicarle a los padres de ambos la decisión que habían tomado, sin embargo pudo más el amor que el miedo.

-Señor, vendo a pedirle la mano de su hija, le dijo con mucha propiedad Mauricio a Don Tobías, señor de rostro duro y con el cabello pintado de canas.

Don Tobías, atento, no le quitaba la vista de encima aunque, no lo escuchaba. Por su mente pasaban las imágenes de Martuchis, cómo él llamaba a su hija cuando era pequeña. La recordaba abrazándolo, jugando, conviviendo juntos y como ella lo llamaba "Mi héroe", cada vez que la sacaba de algún problema.

"Nunca me voy a casar, papi, siempre estaré contigo", le repetía Martuchis una y otra vez durante su infancia. La nostalgia invadía a Don Tobías, pero lo ocultaba con su gesto nada amable, con su ceño fruncido. Marisa, su esposa, trataba de ayudarlo un poco.

-Tobías, Mauricio es un buen muchacho. Ha sido respetuoso con nuestra hija, le decía mientras lo tomaba de la mano que acariciaba un poco.

En realidad, Mauricio y Martha sentían temos de no recibir la aprobación. La vela de la esperanza se encendió para ambos cuando el rostro rígido del señor se relajó un poco.

-No puedo negar que no eres santo de mi devoción, Mauricio,  pero si es lo que me hija desea a mí no me queda más que aprobarla.

La boda transcurrió sin contratiempos. Los pétalos de rosas rojas fueron una constante en los pasillos de la iglesia y en la recepción.

Con el paso del tiempo, y tras haber concluido sus estudios, Martha hablaba con Mauricio sobre la posibilidad de tener un hijo. Con la ilusión reflejada en los ojos, para ella era el momento adecuado.

En realidad, Mauricio sentía temor. Por su mente pasada que, tras dos años juntos, no habían logrado una estabilidad económica pero, tampoco la iba a contradecir.

De su amor nació Alfonso, un niño que con el paso del tiempo se subía los árboles cercanos, se escondía debajo de las camas, en el guardarropa o donde hubiera oportunidad, quienes no podían perderlo de vista ni por un momento.

"Hijo de mi corazón, tú me quieres matar de un susto", le decía Martha con apuro.

El jugador favorito del pequeño Alfonso era un Ferrocarril en color azul que le había regalado su padre.

Pasaron los años y Alfonso terminó de cursar la preparatoria. Con temor le pidió a sus padres la oportunidad de estudiar en el extranjero, algo en lo que no estaban de acuerdo pero, estaban dispuestos de apoyarlo.

No fue fácil verlo partir con las maletas llenas de ilusiones y los deseos de volar lejos del nido, y claro, no podía falat su viejo ferrocarril azul.

Mientras cursaba la universidad, un día por la mañana amaneció con fiebre. Raúl, su compañero de cuarto, observó una especie salpullido en la piel y las pequeñas manchas en color rojo fácilmente podían haberse confundido con sarampión.

Las molestias de la fiebre no cedían, por lo cual su compañero decidió llemar al servicio de emergencias y así trasladar a Alfonso al hospital.

Mauricio y Martha realizaban con prontitud todos los trámites necesarios para poder trasladarse hasta España.

No fue sencillo enfrentar a la burocracia pero finalmente lo lograron. Presurosos llegaron al aeropuerto donde los esperaba una larga jornada de vuelo, la cual parecía eterna cuando a ello se sumaba la desesperación por reunirse con su hijo.

Para Martha, lo primordial era evaluar rápido la situación y buscar la manera de que su hijo regresara con ellos a casa. No estaba dispuesta a sentir nuevamente esa preocupación de que algo le pasara a Alfonso y no estar cerca.

Llegaron al hospital y de inmediato fueron informados por el Doctor de que lo peor ya había pasado. Supieron que era varicela lo que le enfermó y contagiado sin saber por Pilar, una compañera de clase que ni ella misma sabía que padecía la enfermedad.

Martha fue directa al informarle que iban a realizar los trámites necesarios para que regresara con ellos a México con ellos.

-Pero, mamá! Yo no quiero regresar! Apenas estoy comenzando mi vida aquí, es muy pronto, además, ya estoy bien! Decía mientras se contenía esas ganas de rascarse las características ronchas de la varicela.
-Hijo, tu mamá se preocupó demasiado por ti. No fue nada sencillo poder llegar acá en poco tiempo. Pensamos que lo mejor sería que regresaras con nosotros.

Sin embargo, Alfonso sacó ese caracter heredado por su abuelo materno y con el gesto duro les dijo:

-Quiero terminar mis estudios aquí. Ya no soy un niño y ustedes me enseñaron a no huir en la adversidad.

Mauricio y Martha entendieron que lo mejor era dejarlo enfrentarse a la vida. Dos días después, Alfonso salía del hospital y ellos volvían a su vida normal.

Por su parte, Alfonso regresaba a su dormitorio donde ya lo esperaba Pilar, su verdadera razón de quedarse en españa.

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