lunes, 12 de marzo de 2018

Arrepentimiento y Compasión



-Cómo llegué hasta aquí? Pensaba Fernanda, mientras postrada en una cama de hospital veía al techo, la pintura que se descarapelaba y las grietas que ruzaban de un lado a otro. En su imaginación, le parecían de pronto el espectro del electrocardiograma que le habían tomado apenas unos días antes.

Las canas en su cabello, las arrugas en su cuello, en su rostro y manos, delataban su edad. Era como si el invierno hubiera llegado a su vida hubiera decidido quedarse, reflejándose en su ser.



Tenía pocas visitas, la mayoría de sus amistades se habían ido alejando paulatinamente con el paso del tiempo. Aquel ex novio al que rechazó tan solo por considerarlo poco agraciado físicamente pero, que aún así mantenía contacto, hasta que un día decidió no hablarle más, matando la esperanza de Germán de, en el futuro, cuidarla en la vejez.

Marcelo, su esposo, la había abandonado años atrás víctima de la amargura y de la rutina que, ninguno de los dos trató de evitar.

Por ese motivo ella se sorprendió al verlo cruzar por esa puerta que rechinaba por la falta de aceite en sus bisagras aquella mañana de abril.

-Hola, Fernanda. Cómo estás?
-Cómo quieres que esté? No me estás viendo? Siento que no me queda mucho tiempo por delante, sin embargo, no sé por qué estás aquí. Hace años que no sabía de ti.

Y no mentía. Al menos habían pasado ocho otoños desde la última vez que platicaron.

-Lo sé, y sé que mi presencia no te es grata, le dijo mientras percibía un olor a suciedad del hospital, una clínica del Seguro Social a las que Fernanda siempre dijo, con desdén en su juventud, que era el último lugar al que iría si un día se sentía  mal.

-Si estoy aquí – continuó- es para decirte que lamento lo que estás viviendo. Las cosas entre tú y yo no terminaron de la mejor forma. Apenas supe lo que te pasó y vine a verte.

-El matrimonio había durado un poco más de 25 años. Fernanda aún recordaba el día en que llegó a la iglesia del brazo de su padre. Su vestido era blanco, largo, majestuoso, y podía percibir aún el sutil aroma de las flores que adornaban el camino al altar.

-Creo que vienes a burlarte de mí. Por fin puedes verme acabada, derrotada – Le dijo con las últimas gotas de rencor que le quedaban en el alma.

Fernanda recordaba los momentos en que habían discutido durante el matrimonio. El rencor llegó a su vida cuando, por medio de estudios médicos, descubrieron que ella estaba imposibilitada para tener hijos, algo que a Marcelo no le importó, sin embargo, a ella le amargo la existencia.

La enfermera interrumpió la escena para darle los medicamentos, esos que, aunque lograban darle un poco de bienestar, no conseguían hacer que su maltratado corazón, dañado por tres infartos y a la triste espera de uno más, además del rencor que la acompañó en sus últimos años, se recuperara.

-Sabes? Siempre te odié por mantener esa alegría mientras yo sufría. Con el tiempo entendí que sólo tratabas de alegrarme y no era que no te importara la situación.

-Lo sé, por eso decidí irme, para no terminar odiando tus desplantes. No podía permitir que eso acabara con el amor que te tenía.

-Podrás algún día perdonarme? Le dijo con una voz un tanto sofocada.

-Ya lo hice, desde el primer día que me fui.
-Me siento muy débil, estoy cansada de sufrir – Dijo con esa voz apenas audible a través del respirador.
-Te entiendo, pero, no te preocupes, si estoy aquí es para ayudarte…

Con la escasa ternura que aún le quedaba en sus ojos, Fernanda le agradeció el gesto, mientras Marcelo desconectaba el respirador… Y el pulso de Fernanda se aceleraba.

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