Rodaban las ruedas del ferrocarril y Elisa, angustiada, solo veía con nostalgia hacia el horizonte.
Las lágrimas caían por su rostro al recordar los días y el pasado que estaba dejando atrás.
Risas, alegría, buenos momentos, todo se había diluido con el paso del tiempo.
La vida la había llevado a descubrir un terrible secreto y desde ese día comenzó a morir lentamente por dentro hasta llegar al punto donde no pudo tolerar la presencia de su marido.
Respiraba con dificultad, la ansiedad y el agobio que sentía no le permitían disfrutar del bello ocaso que se dibujaba a través de la ventana del vagón, hacia el poniente.
Los asientos del tren, hechos en vinipiel, mostraban rasgaduras. Por un momento Elisa visualizaba en ellas su alma, desgastada y rota al descubrir que no era la única mujer en la vida de Rafael.
Repetía en su mente las palabras que escuchó frente al altar: En lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Las palabras que el viento se llevó.
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