Jacinto no podía esperar más, el sueño de su vida estaba por cumplirse: El día de tomar la alternativa había llegado llegó y la iba a recibir de manos del Curro González, un matador ya consagrado por sus actuaciones y por los años.
Vestido con su traje de luces, Jacinto se apersonó en la entrada del ruedo. Por un par de segundos, contemplaba asombrado y nervioso a la entusiasta afición, mientras a su nariz llegaba el aroma de sangre añeja y nueva mezclados con la granulosa arena, testigo de tantas faenas y tardes memorables.
Su rival, más no su enemigo, era Bravero un toro grande, fuerte ágil, el cual significaba su oportunidad de ingresar con el pie derecho a una larga carrera en el mundo taurino.
Plantando en el centro de la plaza, capote en mano, Jacinto invitaba al toro a realizar sus primeras embestidas. Bravero azuzado por los movimientos y la voz se dejó llevar por su instinto.
Retador lo esperaba listo para recibirlo con una Verónica, Jacinto podía percibir el aroma del sudor del toro y el paso de esa masa de más de 400 kilos rozando su piel. La adrenalina aumentaba con el grito de “Ole” en las gradas.
Bravero, extasiado y exhausto, lo miró fijamente antes de emprender una última embestida y Jacinto lo recibió con una estocada limpia, precisa, que satisfizo a los asistentes y sobre todo al juez de plaza.
El matador recibió orejas y rabo ante los asistentes en las gradas, y uno que otro villamelón.
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