martes, 20 de marzo de 2018

Los Cinco Sentidos




Es un nuevo día, y como en otras ocasiones, desperté antes de que sonara la alarma de mi celular, aunque en realidad puse 4 alarmas en cascada con un intervalo de 5 minutos cada una, sólo por costumbre.

Apenas abro los ojos y aunque trato de recordar lo que soñé, en lugar de ello, los pendientes del día empiezan a llegar a mi cabeza, mientras mis ojos se acostumbran a la penumbra de la habitación, y lo que veía como sombras poco a poco comienzan a tomar forma.


Un tanto atarantado me levanto de la cama y comienzo a caminar hacia el baño apoyando mi mano en la pared tentando hasta encontrar el switch de la luz, para después llegar a la regadera. El sonido del primer chorro de agua me indica que ya es momento de despertar pero, aún adormilado, entro al agua cuando todavía no sale el agua caliente y hace que la piel se me ponga de gallina mientras de un salto me quito de ahí. ¿No que no despertabas, cobarde? Me digo a mí mismo.

Reconozco que se me hizo temprano pero quiero disfrutar el poco tráfico que hay a esa hora y me subo al auto para dirigirme a la oficina. Aprovecho el semáforo en rojo para encender el estéreo y conectarlo por Bluetooth a mi teléfono móvil, vaya cosas de la tecnología, pienso. Empiezan a sonar las notas de Amor Violento, canción de ese tipo de nombre raro, cómo es que se llama? Ah, sí, Caloncho con su mezcla de regge con música tropical que lograr ponerte de buen humor.

No puedo evitar voltear a ver a los otros conductores que esperan junto conmigo la luz verde para avanzar. Nunca faltan la mujer que se está maquillando y que estira los labios mientras el lipstick corre de lado a lado, el copiloto dormido mientras el conductor se le queda viendo con envidia y claro, el tipo que disimuladamente está urgando en su nariz como buscando el premio mayor.

En  un tiempo menor al normal llego a la oficina. Por lo que veo soy el primero así que, pienso, la mejor manera del día es preparar un buen café con crema y dos cucharadas de azúcar. El aroma que despide mientras lo meneo, el café, claro, llega seductoramente hasta mi nariz y al probarlo religiosamente cierro los ojos, sólo para escupirlo de inmediato al darme cuenta que en lugar de azúcar le puse sal. Alguien fue el chistoso que cambió el contenido del frasco sólo por bromear.

Disfruto la soledad de la oficina mientras comienzo a trabajar en silencio. Ojalá mis compañeros no tarden en llegar, ya quiero saber quién fue el gracioso que cambio el azúcar por la sal… Pero, al menos por hoy me quedaré con la duda. Por lo adormilado no pude notar que es lunes de puente y no creo que alguien sea tan despistado como para venir a trabajar, excepto yo.

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